CRONISTA DE ENSENADA
PUEBLOS.
Heberto J. Peterson Legrand.
Los pueblos, las ciudades, día a día van creciendo, los terrenos baldíos se convierten en cuadras llenas de casas habitación, comercios. Etc. Edificaciones de todo tipo para las más diversas actividades van ocupando los espacios y junto a ellos hombres y mujeres, ancianos y jóvenes con las más diversas ocupaciones viviendo ese presente que fluye día a día pero que es un avanzar hacia el futuro...
Quienes vivimos en la ciudad, percibimos con mayor lentitud el crecimiento demográfico de nuestro entorno, sin embargo, quienes se han ausentado por un cierto tiempo son más sensibles porque no han estado atrapados en esa cotidianidad que muchas veces se vuelve rutina...
Preocupados y ocupados en resolver los problemas diarios, en buscar el sustento para las familias, no sabemos del lugar donde nos desenvolvemos: cual ha sido su origen, cual su historia, quienes los personajes que le dieron ese primer impulso, cual el rumbo que se le pudo haber dado y cual se le dio...
Para aprender a amar el lugar donde las familias se forjan su futuro y motivar el sentido de pertenencia y esa identidad que nos debe ir dando cohesión personal y social, debemos saber donde estamos parados, conocer ese pasado para profundizar las raíces y crecer en el amor a la tierra, su cultura, sus costumbres y todo lo bueno que ella obsequia.
Cuando tenemos en nuestras manos fotografías antiguas nos percatamos hasta donde llegaba la mancha urbana, fotografías que “detuvieron” el tiempo en ese instante que la cámara capto, las casas, los habitantes que quedan congelados en sus movimientos, la fauna y la flora que el tiempo fue desplazando para dar lugar a la civilización.
El oxigeno que aquellos antepasados respiraban, ya hoy no tiene la pureza que la naturaleza aporta porque la “ jungla” de hoy día contamina la atmósfera con los “ avances” de la tecnología...
Algunas de las avenidas ocupadas hoy por infinidad de personas y que hoy transitamos con prisa, donde nos perdemos en el anonimato entre humanos y vehículos...ayer eran transitadas por mucho menos personas que se conocían: el saludo, los abrazos, las sonrisas, florecían y había tiempo para intercambiar palabras y desearse...lo mejor, era otro el ritmo.
Hoy esas calles y edificios antiguos son testigos mudos de aquel pasado que ya no volverá, que queda en el recuerdo de ancianitos que aún viven, pero que nadie conoció cuando sus pasos eran ligeros como los nuestros, cuando el horizonte de su futuro les inyectaba energías y le sonreían a los retos.
El hoy esta influido por el pasado, en parte somos por lo que otros fueron, sobre sus cimientos hemos ido construyendo, pero, también hemos transformado el entorno, le hemos cambiado el rostro a nuestras ciudades y hemos sido capaces de construir y destruir. En los pueblos y ciudades no necesariamente todo cambio es progreso, muchas veces hemos divorciado a la naturaleza del progreso en lugar de armonizar su relación tomándola en cuenta.
Cuando una ciudad crece sin plano regulador, cuando no hay rumbo, cuando no se sabe qué se quiere y adonde se quiere llegar, la vamos matando, la vamos apagando, sobre todo cuando éstas cuentan con una sociedad pasiva, anodina, mediocre, incapaz de expresar su voluntad y menos aún ser comprometida.
Los pueblos son finalmente lo que sean sus pobladores. Una comunidad en el pasado si fue dinámica, pujante, creadora, ordenada y dispuesta al esfuerzo deja como frutos una serie de obras que dicen progreso. Contrariamente, si en el pasado la que existió fue una comunidad que es la antítesis de ésta, el fruto, si lo hay, será pobre, no puede ser de otra manera en una generación incapaz de transmitir con el ejemplo los valores del trabajo, de la creatividad...
Volvamos los ojos de la inteligencia para escudriñar el pasado y tratar de imaginar como era el entorno en el cual se desenvolvieron quienes antes aquí trabajaron, rieron, lloraron, proyectaron y trataron de dejar la huellas de sus Pasos...
martes, 5 de mayo de 2009
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