jueves, 7 de mayo de 2009

Lic. José Vasconcelos en Ensenada 1918

VASCONCELOS EN ENSENADA
1918.
Heberto Peterson Legrand

El insigne Lic. Don José Vasconcelos visitó Ensenada el año de 1918 y en “ Visiones Californianas” escribe bellamente sus impresiones sobre la mujer ensenadense y las tertulias en que participo. Sus impresiones son el testimonio de un hombre de cultura universal y que puso el nombre de nuestra patria muy en alto.
Disfrutemos pues, de su bella prosa, su sensibilidad y las impresiones que esta hermosa tierra y sus gentes dejaron en él:
Una tarde en Ensenada: “ Al caer la tarde, las señoritas llegan al paseo por parejas o en grupos. El pequeño jardín a la falda de un peñasco, tiene por fondo la bellísima bahía. Uno que otro hombre se agrega a los grupos, y se conversa en los bancos o se pasea al aire libre. Los trajes de las mujeres son sencillos y de buen gusto, nada de ridículos sombreros, hermosos cabellos negros donde pueden prenderse flores; caras bonitas y cuerpos flexibles van y vienen dentro del pequeño paseo, afables y tranquilos, sin el correr afanoso de las metrópolis. No van a ninguna parte están, están allí para gozar la hermosa tarde y cambiar impresiones con los amigos; unos a otros míranse contentos y sus quimeras se entretejen con la paz serena del ambiente. Formando numerosos grupos, vamos todos a la nevería; las flores han pasado de los jardines al pecho de las jóvenes, las bromas desatan rizas, los proyectos se multiplican, las imaginaciones retozan, se desearía que la tarde no concluyese.! Benditos sean los pueblos chicos habitados por bellas razas!.
Sobre las tertulias escribe: “...en las reuniones de las ciudades chicas y de los pueblos, todo es distinto. Los hombres suelen llegar con la música en son de sorpresa; alguien toca una puerta y enseguida todos se esconden detrás de las pilastras de un portal. Adentro están sentados en filas solemnes. Alrededor de los muros, las jóvenes y las personas mayores. Se suceden las presentaciones. Al principio todos parecen cortados, los hombres se escurren ala pieza continua; se desearía infundirles un poco de aplomo; pero apenas se oye una canción, o toca la música, y los grupos se estrechan, las simpatías comienzan a hacerse visibles, las conversaciones forman coro complejo y los bailes deleitan la vista...”en otra parte sigue escribiendo: “...la orquesta regala, junto con los valses y los aires corrientes uno que otro trozo local, como la jesusita que se baila con marcado movimiento de pies. Las bailadoras tienen nombres castizos: Luz, María, Isabel, Pachita, Eulodia...! todo es grato y alegre!...México, México, allí estabas, allí estás. Allí estarás! Dios bendiga tu alma profunda y tierna, tus festejos refinados, tus visiones fulgurantes!”
De la mujer ensenadense escribe: “ ...su persona es una apoteosis de las energías terrestres; cuando camina, sus formas blandas y torneadas palpitan, como la más suave de las ondas del mar; sin embargo, es toda firmeza y gallardía; hombros delicados de estatua, boca roja, ojos encendidos y frente corta que tapan los rizos al andar se eleva sobre el arco de un lindo empeine y entonces parece que la naturaleza entera se llena de apetito oscuro...Y la joven se yergue como si clamase al sol para que le devulva la raza de sus héroes...”
Describe a la Ensenada de aquellos años: “ ...limpia, blanca, refulgente, se abre la amplia curva de la playa en cuyo seno efervecente una gran ola periódica, mansa y temblante.
En el fondo se dibuja el caserío de la pequeña población casi desierta; a distancia , el cementario remeda los escombros devastados de un antiguo villorrio; los montes se envuelven en leves brumas, y a la derecha, prolongándose dentro del mar, se alza una colina rocosa y verde, de granito césped. Cortada en la ladera, a poca altura sobre las aguas corre la avenida del malecón; un poco más altas, algunas casas asientan su leve arquitectura en jardines de rosas y claveles y los cercados y los muros que cubren con ese manto de florecillas purpúreas que es la nota del paisaje californiano. La bahía esta desierta como la ciudad, como la playa, como los campos, como las rocas. Apenas si uno que otro barco de pescadores flota como cuerpo muerto sobre el plano de las aguas profundas que se hinchan y reprimen al influjo de la marea; ni en los barcos abandonados ni en el muelle de estirados rieles perpendiculares, ni en el pueblo; en ninguna parte se advierte otra vida que la constante palpitación del mar, aunque a ratos dibujase en los aires el vuelo resbaladizo de las gaviotas. Y a pesar de tanta desolación, esplende tan intensa hermosura, el viento hállase tan henchido de cosas latentes, que lejos de ocurrírsenos ideas de ruina y muerte, más bien creemos encontrarnos en uno de esos lugares que el planeta ha reservado para que sirvan de emporio a futuras gentes; una de esas pausas que la vida toma para recomenzar con más brios...”
Que hermoso es conservar como un grato recuerdo la impresiones que sobre nuestra querida Ensenada se llevó en la memoria y en el corazón ese ilustre mexicano que en aquellos lejanos años de 1918 intuía un futuro resplandeciente para nuestro Puerto.

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