CRONISTA DE ENSENADA.
LEO PETERSON COTA
REMEMBRANZA
(segunda y última parte)
Heberto J. Peterson Legrand.
En relación a Doña Josefita que era de Ures, Sonora, ella estuvo casada primero con un militar de apellido Martínez y tuvieron un hijo de nombre Ramón que también fue militar y posteriormente se caso con un señor de apellido Korner. Recordaba yo, mientras platicaba con Leo que estando Ramón cenando con su íntimo amigo le llegó la orden para que al siguiente día fusilara a su compañero de armas y amigo. El no quería hacerlo pero el amigo le hizo ver que como militar tenía que cumplir las ordenes y finalmente tuvo que hacerlo. Este hecho destrozo la vida de Ramón quien refugiándose en el alcohol murió joven.
Doña Josefita a quienes los sobrinos vieron como su mamá era una mujer instruida que le gustaba la lectura y disfrutaba, entre otras lecturas, las novelas de Sherlock Holmes. Ya cuando se quedó prácticamente ciega, Doña Esperanza Cota de Peterson, mamá de Leo, todos los días iba en la tarde a leerle. Doña Esperanza tocaba muy bonito el piano y en las muy frecuentes reuniones deleitaba a los presentes con sus interpretaciones.
Lupita, hermana de Leo, teniendo aproximadamente 12 años fallece, su madre sufre mucho y cuando Leo me platicaba el hecho sus ojos, a pesar de que pasaron muchos años se humedecieron y la voz se le quebró mientras decía: ¡es que mi madre sufrió tanto!...Leo es un hombre de una gran sensibilidad. Su mamá dejó de tocar el piano.
Seguí escarbando su memoria y recuerda que Doña Clara Andonaegui les vendió una vaca en $ 50.00 pesos y que cuando las vacas ya se agotaban las cambiaban por otra pero tenían que pagar $ 25.00 pesos. En ese tiempo las tiendas no vendían leche.
Recuerda a Don Federico Valentín que salía en su carro especial transportando leche. Las personas salían con sus ollas y él con una medida las surtía. ¡ En ese tiempo que rica nata se ha de haber comido!...
Allá por la década de los treinta dice Leo que las fiestas del 5 de mayo y las otras se festejaban con bailes en el Palacio Municipal ubicado en ese tiempo donde esta hoy el Archivo Histórico de Ensenada. El Palacio Municipal se quemó en 1944-45 y allí mismo se construyó en 1947 el Mercado Público.
Sigue diciendo Leo que la música era interpretada por orquestas y disfrutaban del Chotis, valses y corridos, entre otros.
También se realizaban bailes en el edificio de La Mutualista Progreso. La gente se arreglaba muy bien, las mamás estaban presentes y los jóvenes les pedían permiso para bailar con sus hijas.
También hacían tardeadas en distintas casas y recuerda muy gratamente las reuniones en las casas de Kily Gándara y Lucía Ramírez. Tocaban el piano y disfrutaban, entre otras, la música de Glenn Miller que estaba de moda.
Respecto a la cacería me dijo que iba mucho con el Dr. Peterson y su papá, Don Alfonso. Iban al Estero, el Naranjo, Ojos Negros y Real del Castillo en el Valle de San Rafael. En aquel entonces había muy pocos ranchos.
Otro lugar de cacería era delante del cerro llamado el “ Keki” , pues en aquellos años era puro monte.
Me siguió diciendo que allá por el año de 1927 o 1928 su papá conducía la diligencia , unos vehículos con capacidad para siete u ocho personas a quienes trasladaba de Ensenada a San Diego.
Entre otros recuerdos, le vino a la memoria que frente a la Dorians vivía la familia Tucker y junto a su casa tenían una bomba de gasolina y pastura para caballos.
Recordó también a “ Chiflín” un chino con ese apodo que fue cocinero en casa del Dr. Peterson y después tuvo un restaurante en la calle Gastélum entre segunda y tercera, dice que la orden de comida costaba $ 1.20 e incluía un helado.
Le vino a la memoria una tienda de chinos-José y Felipe-que estaban ubicados en la esquina de la calle octava y Gastélum. Confeso que a veces se robaban un huevo de las gallinas de su casa y el chino se los cambiaba por un pan de dulce. Y no faltaba Ramón que tenía su tienda donde estaba la Canasta en la Ruiz y calle Octava donde hoy está la farmacia San Martín.
Le pregunte sobre Ensenada en la época de la Segunda Guerra Mundial. A Leo lo enlistaron en la reserva y los entrenaban primero en la avenida Ruiz entre calles nueve y diez y después a espaldas del Hotel Riviera.
A los automovilistas los obligaban a ponerle papel celofán a los focos o faroles de los carros.
Dice que en una ocasión-eran como las doce de la noche- cuando de pronto escucharon muchos disparos de armas y vieron un combate cerca de su casa. Se asustaron creyendo que se trataba de alguna invasión sin saber que se trataba de un simulacro...
En otra oportunidad seguiremos escarbando en el baúl de los recuerdos que mucho aportan para conocer la Ensenada de aquellas épocas.
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